EL IMPERIO BIZANTINO
I.- Generalidades.- El día 11 de mayo del año 330 d.C., el emperador Constantino fundó solemnemente una esplendorosa nueva capital en la porción oriental del imperio romano. Bautizada con el nombre de Nueva Roma, pronto se hizo famosa en todo el mundo con el nombre de Constantinopla, la ciudad de Constantino. En 1453, un nuevo Constantino (el undécimo, en la lista de tal nombre) encontró una muerte heroica en combate con los turcos, quienes tras aquella batalla, consiguieron destruir el imperio que durante más de mil años se había erigido en legítimo depositario de la soberanía romana. Durante el milenio de su existencia, el imperio bizantino pareció en varias ocasiones estar a punto de sucumbir. Pero a estos periodos de crisis sucedían otros de resurgimiento del poder y de renacimiento de la cultura. El imperio mostraba numerosos síntomas de debilidad (revueltas e intrigas, despotismo, disputas teológicas y una excesiva tendencia al placer y el lujo). Pero tales aberraciones se veían largamente compensadas por sus grandes contribuciones a la civilización, ya que preservó la lengua y la cultura griegas para la posteridad, continuó el sistema imperial romano y codificó el derecho romano. Por otra parte, la iglesia ortodoxa griega convirtió a los pueblos eslavos e impulsó el desarrollo de espléndidas formas artísticas, de un nuevo arte greco-oriental, cuya motivación era la glorificación de la religión cristiana. Constantinopla, situada en la encrucijada de Oriente y Occidente, ejercía el papel de difusora de la cultura entre todos aquellos pueblos que entraban en contacto con el imperio. Tales contactos eran numerosos, ya que los comerciantes del imperio eran extraordinariamente activos en los puertos del mar Mediterráneo y del mar Negro, y poseían contactos comerciales que alcanzaban a los países europeos y del Próximo Oriente.
II.- Factores que contribuyeron a la grandeza de Bizancio.- Entre otras cosas, por la permanencia y la estabilidad de sus instituciones, dirigidas por el emperador que ostentaba un poder teocrático y absoluto. El florecimiento económico sustentado por el comercio internacional. Una cultura elevada, que sintetiza elementos romanos, helénicos y cristianos. Entre los principales emperadores bizantinos destacan:
II.1.- JUSTINIANO (527-565 d.C.).- Antes que nada se debe aclarar que Justiniano al asumir su tarea como emperador, heredaba el Imperio Romano de Oriente con las arcas llenas con un tesoro conformado por millones de monedas de oro, mérito del buen emperador Anastasio, lo cual facilitó la puesta en marcha de las acciones que llevarían a cumplir sus grandes metas.
Justiniano era conocido como el emperador sin sueño, tanto por su gran ritmo de trabajo como porque con su labor abarcó todo el mundo político conocido, interno y externo, y lo hizo con energía y sin descanso alguno hasta que en sus últimos años se dedicara a la teología y abandonara parte de su gestión política.
Nunca fue popular, era frío y distante con el pueblo, reinaba solo o aconsejado por su esposa Teodora, evitando tentaciones a usurpar el poder, aunque sabía delegar responsabilidades como construcción de Iglesias y edificios públicos, compilaciones de leyes o campañas bélicas. Fue un hombre culto, hablaba latín, era estudioso, apasionado por los problemas teológicos, inteligente, ambicioso, pero debió muchas de sus buenas acciones de gobierno al buen criterio y la valentía de su mujer, Teodora.
El gran sueño de Justiniano era reconstruir el Imperio Romano, tarea que consideraba factible dada la inestabilidad de los reinos germánicos en Occidente.
Por ello en el ámbito militar dedicó varios años a reconquistar por intermedio de su general preferido, Belisario, el África occidental (Cartago) a los vándalos, la península itálica a los ostrogodos y el sureste de la península ibérica a expensas de los visigodos.
Este mérito se consiguió además, gracias a su general Narsés (también lidiando con las vicisitudes de una guerra intermitente, tratados de paz de por medio, con Persia, cuyo rey, Cosroes I la llevó a la cima de su poder y cultura en esa misma época).
En el ámbito político convirtió varias circunscripciones pequeñas en provincias de mayor extensión, dando más poder a los gobernadores, sin embargo, sólo unos pocos tenían el poder militar y civil a la vez, estos en su mayoría en las provincias occidentales recién conquistadas.
Tuvo una gran actividad constructora, mandó fundar ciudades, hizo construir iglesias, palacios, baños, puentes y acueductos.
Se destaca la construcción de la Iglesia de Santa Sofía, creación de Antemio de Tralles y sus ayudantes Isidoro de Mileto e Ignacio.
Debido al alto costo de las guerras que inició y de las construcciones emprendidas tuvo una política fiscal cada vez mas agresiva y opresora.
Trató todo el tiempo de hacer menos corruptibles a los funcionarios, por ejemplo, suprimió la costumbre de comprar "semilegalmente " cargos públicos.
De todas maneras, toda esta renovación administrativa no estaba dada por el hecho de querer cambiar, sino que el objetivo más importante y que terminó siendo el único, fue hacer más funcional la administración para conseguir recaudar más y más y así financiar sus proyectos.
Tal vez, junto a la construcción de la Iglesia de Santa Sofía, lo que lo hizo célebre fue la recopilación de las Leyes Romanas que hicieron Triboniano y un grupo de selectos juristas, el Corpus Iuris Civilis Romani (dividido en Códex, Digesto o Pandectae, Institutas y Novellae), el que se convirtió en la base jurídica bizantina, y con el tiempo ejerció una gran influencia en occidente.
En cuanto a la religión, apoyó incondicionalmente al cristianismo ortodoxo, incluso él mismo dedicó mucho de su tiempo (sobretodo en su vejez) a los problemas teológicos, pero en lo que se refiere a los "herejes" monofisitas su política fue ambigua y cambiante, alternando persecuciones con permisividad, tal vez por influencia de la emperatriz Teodora, de quien se sabe que los defendía cuando podía. En la época de Justiniano estaba vigente el paganismo, al cual el emperador le dedicó no pocos esfuerzos con el objetivo de desterrarlo del Imperio. Por ejemplo, la decisión de cerrar la Universidad de Atenas, centro del paganismo, en el 529 d.C. Si bien su importancia en esa época era limitada, la Universidad seguía influenciando a los griegos, y así el emperador con esta y otras numerosas medidas administrativas terminaba con el problema.
No existe constancia de que el culto pagano se haya extendido (en el Imperio) mas allá del gobierno de Justiniano, así que parece que el emperador acabó con él. Pero sin embargo su mayor dilema no eran los paganos, ya muy escasos y fáciles de combatir, sino el cisma monofisita, que justamente se daba en las provincias mas ricas (Egipto y Siria fundamentalmente), lo que implicaba decidir entre aplastar y perseguir a los monofisitas con el riesgo de perder dichas provincias, o pactar con ellas, con el problema entonces de poder perder el apoyo de los ortodoxos (mayoría en los Balcanes y Asia Menor.)
Como fue habitual en Justiniano, su política no fue coherente, alternando persecuciones sangrientas con concesiones que lo acercaban demasiado a los "herejes monofisitas", lo cual no le llevó a ningún resultado positivo. Es probable que el pueblo de Bizancio no sintiera ya ese querer volver a la gloria del Imperio Romano de Augusto, como lo sentía el emperador, es probable que tantas y tan largas guerras hayan afectado negativamente el ánimo de la gente que antes de Justiniano vivía sin tantas campañas que fueron muy caras en vidas y dinero. Es probable que, por todo ello, Justiniano no fuera popular en la medida de sus logros. De todas maneras, fue ese pueblo y sus sucesores los que heredaron un Imperio muy grande, demasiado grande para su estabilidad, puesto que las arcas del estado ya estaban vacías luego de tantas guerras, y los territorios occidentales muy lejos como para defenderlos a un mínimo costo.
II.2.- HERACLIO (610-641 d.C.).- Ante los actos de terror perpetrados por el tirano Focas, y ante los extensos territorios perdidos ante los persas, y los Balcanes ocupados por ávaros y eslavos, el exarca de Cartago, Heraclio, armó su flota y la puso rumbo a Egipto, donde se le unió la flota local. Desde allí, su joven hijo, también llamado Heraclio, partió hacia Constantinopla, reclutando seguidores, especialmente del partido de los verdes que odiaban a Focas. Una vez en Constantinopla, derrocaron a Focas, lo ejecutaron y cumplieron con la merecida “damnatio memoriae”, derrumbando la estatua del tirano en el Hipódromo.
Heraclio fue proclamado emperador en el momento más difícil del Imperio, cuando la situación en todos sus frentes era absolutamente desesperada. Tan desesperada era la situación que en los primeros años el emperador llegó a considerar el traslado de la corte a Cartago, para tener desde allí la oportunidad de rehacerse y reconquistar lo perdido. Sin embargo, el temor de los habitantes de la capital y sobre todo el pedido del patriarca Sergio, convencieron a Heraclio de quedarse en Constantinopla.
Administrativamente, Heraclio siguió el ejemplo de Mauricio y convirtió en “themas” (organización de una provincia militarizada al mando de un gobernador con poder civil y militar) toda la región del Asia menor, decisión importantísima y fundamental para el futuro del Imperio. Esto dio más poder a los gobernantes y facilitó la defensa de cada uno de los territorios.
En los Balcanes y en Grecia no le fue posible aplicar esta estructura porque los eslavos habían devastado la región y la habían ocupado de forma estable. La organización de los “themas”, que entregaba en forma de pago tierras a los soldados, facilitó la creación de un ejército autóctono en detrimento del ejército de mercenarios, más caro y menos leal.
Una vez organizado el territorio, y asegurada la fiel colaboración de la iglesia ortodoxa, con el patriarca Sergio al frente, Heraclio consolidó una paz con los ávaros, pagando un pesado tributo. En 622 abandonó Constantinopla para pasar a Asia Menor y organizar su ejército. Finalmente se dirigió a Armenia, y logró la victoria sobre los persas del general Sahr Barz, consiguiendo el completo dominio de Asia Menor. Hasta 625 continuó la guerra con Persia, pero Heraclio no pudo conseguir invadir el vecino país. Entonces, en 626 se produjo el ataque tan temido: los persas y los ávaros se unieron para asediar Constantinopla. El general persa Sahr Barz y su aliado el kan ávaro además de incontables eslavos, búlgaros y gépidos atacaron las murallas, cuya defensa asumió el patriarca Sergio, en ausencia del emperador en campaña en Lazica.
Por suerte para Bizancio, su flota seguía siendo eficiente y poderosa, derrotando a las embarcaciones eslavas y provocando la huída de los ávaros, seguida por la de los persas que, luego de ser derrotados por Teodoro, hermano de Heraclio, huyeron a Siria.
Ahuyentado el peligro en Constantinopla, el emperador, mas tranquilo, se alió con los jázaros del Cáucaso y organizó en 627 una ofensiva al pleno corazón de Persia, Nínive y Dastagerd fueron conquistadas y una guerra civil depuso a Cosroes II. El hijo de Cosroes, Kovrad Siroe, fue nombrado rey y firmó la paz con Bizancio devolviendo a este Siria, Armenia, Palestina, Egipto y la Mesopotamia romana.
La reliquia de la Vera Cruz robada por los persas fue devuelta solemnemente por el propio emperador a la ciudad de Jerusalén. Los persas y los ávaros estaban definitivamente vencidos por el Imperio Bizantino.
Hay que destacar del gobierno de Heraclio, la creciente importancia de la iglesia en la vida de la gente, la gran religiosidad alcanzada por el pueblo, como nunca antes había sucedido, y que fue en gran parte causa de las victorias obtenidas.
Heraclio también helenizó gran parte de la administración, poniéndola a tono con el pueblo, que no hablaba latín, sino griego, ejemplo que fuera seguido por sus sucesores hasta la helenización de las leyes por León II, que finalizará en el siglo VIII. Por ejemplo, rehusó el título romano de imperator, adoptando el título griego de “basileus”.
El gran problema que enfrentó finalmente Heraclio fue el monofisismo declarado de las provincias reconquistadas, y lo hizo a través de los esfuerzos del patriarca Sergio, que trató de imponer soluciones de compromiso, como el monoenergismo o el monotelismo, acercando la posición de los ortodoxos a los monofisitas, soluciones que sin embargo parecieron incomodar a ambas partes.
Finalmente, todo el esfuerzo estratégico - político - militar del emperador fue destruido por la nueva potencia de la zona: el Islam. Debido a la debilidad en que había quedado el Imperio luego de su lucha contra persas y ávaros, las provincias monofisitas, Siria, Palestina y Egipto cayeron fácilmente en manos de los árabes, luego de la importante victoria de estos a orillas del río Yarmuk en 636 d.C.
II.3.- LEON III Isaurio (717-741 d.C.).- Fue el primer emperador iconoclasta. Desde la caída definitiva del despótico y sanguinario Justiniano II en 711, a quien le habían arrancado la nariz luego de la sublevación que terminó con su primer reinado, se habían sucedido los emperadores Filípico, Anastasio II y Teodosio III, reinados débiles y muy poco eficaces en medio del desorden social, la anarquía y la revuelta.
Este último gobernante, que era un simple funcionario fiscal que fue nombrado emperador por una facción del ejército en contra de su voluntad, al límite de sus fuerzas y sin poder hacer nada frente al desorden y el desánimo que había en todo el Imperio, en su mejor decisión prefirió abdicar el 25 de marzo de 717 a favor de León III, quien comandaba un incruento golpe y retirarse a un convento de Efeso. León III era el gobernador (strategos) de Anatolia (el thema de Anatolicón), muy popular en el Imperio a partir de una exitosa campaña contra los alanos. Llamado el Isaurio por su supuesto origen isáurico, hay estudios que ubican su nacimiento en Germanicia, región del norte de Siria, lo que le da un perfil sumamente diferente, sobre todo en la influencia religiosa que pudo haber recibido, lo cual es muy importante para comprender sus actos, que influyeron enormemente en la vida del futuro Imperio.
En realidad lo que recibía el nuevo emperador como herencia de la dinastía de Heraclio, que otrora había salvado al Imperio de su desaparición, era la capital y un pequeño territorio de los alrededores, tal era la gravísima situación en Bizancio.
Ante este sombrío panorama y teniendo en cuenta las notables diferencias de realidad que existían entre el pujante y arrollador Califato árabe y el desfalleciente Imperio Bizantino, a punto de desaparecer, era evidente que se produciría tarde o temprano un enfrentamiento definitivo, y León III lo sabía perfectamente, por lo que apenas fue proclamado emperador se dedicó a preparar la defensa de la ciudad desesperadamente.
León III era un excelente comandante del ejército, de cerca de cuarenta años, muy capacitado y con gran experiencia en las luchas contra los bárbaros
Sulayman, el califa de la dinastía omeya decidió en 717 luego de meditar la estrategia a seguir para terminar la conquista del Imperio Romano, que tendría a su entender la misma suerte que la Persia Sasánida, en lugar de seguir como hasta ese año intentando ocupar territorios bizantinos en Asia Menor, donde no podía atravesar la línea de Tauro, sitiar la capital Constantinopla para así, conquistando la sorprendida ciudad, obtener luego fácilmente el resto del Imperio. Ese mismo año se puso en marcha el plan: el ejército terrestre de mas de cien mil hombres capitaneado por Maslamah, hermano del califa Sulaymán, partió desde Pérgamo, atravesó el puente de Helesponto y llegó el 15 de Agosto de 717 a enfrentarse a la aterrorizada capital, que veía como estaban llegando a su término los días de gloria. A la vez, la impresionante escuadra árabe dirigida por el general Sulaymán, compuesta por unas mil ochocientas unidades, ya rodeaba a la capital por el mar desde el 1 de Agosto. Por suerte para Constantinopla, su armada era todavía numerosa y sus capitanes eran muy buenos navegantes y mejores guerreros, por lo que mantuvieron a raya a la marina árabe, pudiendo abastecer a la ciudad con facilidad por vía marítima, de tal manera que los sitiados no sufrieran demasiadas necesidades. A los primeros y encarnizados ataques árabes siguieron periodos de relativa calma, para luego sucederse otro fervoroso ataque, y así con distintos ciclos de ataques y quietud fueron transcurriendo los meses. El arma fundamental de la defensa de la ciudad fue sin embargo un elemento que nadie salvo los bizantinos conocía, llamado por ese motivo “fuego griego”, una fórmula secreta que daba como resultado una mezcla viscosa e incendiaria que no se apagaba siquiera cuando estaba sobre el agua, y que además tenía la virtud no solamente de causar incendios y bajas en los enemigos, sino de ir socavando la moral de estos, pues los árabes se sintieron impotentes ante él, constantemente hostilizados, y sobre todo, sintieron el no tener un elemento similar con el que dar batalla, en resumen, se sintieron en inferioridad de condiciones ante semejante arma de guerra, que además los bizantinos utilizaban en gran forma.
Otro gran enemigo de los árabes fue el intenso y crudo invierno que recibió el año 718, y todos sabemos que la raza árabe no se siente cómoda en territorios con clima frío, por lo que el sufrimiento fue mayor.
A su vez tenemos que decir que León III era un excelente diplomático, pues aún con los riesgos que esto representaba, concluyó un tratado con los búlgaros luego de convencerlos del peligro que representaba también para ellos una conquista del Islam en esas tierras, que así comenzaron a hostilizar al ejército sitiador en la primavera de 718, justo cuando los árabes recibían refuerzos y estaban haciendo un esfuerzo supremo para poder atravesar las imponentes murallas, causando muchas bajas y gran desánimo entre sus miembros. Ya absolutamente desmoralizados los invasores resignados abandonaron el sitio por orden de Maslamah justamente a un año de su comienzo, el 15 de Agosto de 718, con el terrible resultado final de alrededor de cien mil muertos, debido a las armas, o al hambre o al intenso frío del último invierno.
Para peor, la retirada de la flota árabe fue desastrosa, primero por la persecución de la armada bizantina, que destruyó numerosos barcos, y luego por una implacable tormenta que la aniquiló definitivamente.
Con esta rotunda victoria, el Imperio revivió por segunda vez en su historia (la primera fue el siglo anterior, cuando estaba Heraclio en campaña contra los persas que habían tomado Siria, Palestina y Egipto, y el patriarca Sergio organizó la defensa de la ciudad contra el ataque de persas y ávaros.)
Así, León III se convirtió en el héroe de todos, el real salvador, reuniendo en su persona el poder ilimitado y la admiración de todos los habitantes del renovado Imperio.
Esta victoria sobre el califato Omeya puede considerarse la salvación de occidente, tan importante como la batalla de Poitiers en 732 (o tal vez más aún), donde Carlos Martel derrota a los sarracenos venidos del sur de los Pirineos, ya que su primera consecuencia fue contener el empuje ilimitado del Islam, confinándolo a pelear por el territorio de Asia Menor, con muchas menos pretensiones, al considerar los árabes luego de su derrota que Constantinopla estaba protegida por una especie de poder divino, con lo que el peligro se alejaba considerablemente de occidente, y que fue lo que permitió crear las bases de un nuevo Imperio que actuó como bastión durante siglos en la lucha contra los árabes, y luego contra los turcos.
De haber tomado Constantinopla, el Islam, el califato Omeya, con la fuerza inagotable que tenía en esos días, con el increíble ejército que tenía movilizado, y con el fanatismo religioso como principal arma, hubiera sido imparable en la conquista del resto de Europa.
Es por eso que la figura de León III es representativa de la gran victoria cristiana de esos días en la batalla de Constantinopla contra el Islam, él fue el emperador que guió a su pueblo al triunfo, que mantuvo la calma y el orden en momentos cruciales, que utilizó todas las armas, desde la paciencia, la alianza, la estrategia y la defensa encarnizada hasta las que la suerte les da a los triunfadores, como el mortal frío del invierno.
Una vez restablecida la paz al menos en la capital y alrededores, ya que la lucha contra los árabes se localizó en Asia Menor pero no por ello fue menos encarnizada, León III se dedicó a organizar su gobierno de la mejor manera posible, con la fuerza y la decisión que lo caracterizaban. Publicó disposiciones especiales para regir el comercio (nomos náuticos), que lentamente se fue rehabilitando y volvió a darle impulso al desfalleciente Imperio, y también para regir la situación social del campesinado (nomos geórgicos), que en algunas regiones había desaparecido a causa de las guerras e invasiones, y en otros lugares habían sufrido un gran cambio de población a causa fundamentalmente de la influencia de los eslavos.
León III también fue un enérgico renovador de la administración del Imperio, aunque en esta tarea continuó la tendencia que había comenzado Justiniano, afirmada por Mauricio y seguida también por Heraclio, de unificar los themas o provincias bajo un único mandatario (strategos) que tenía a su cargo los mandos civil y militar. Además redujo los límites de los themas, creando una eficaz organización con mas provincias de menor tamaño, aumentando su eficacia económica, financiera y militar a favor del Imperio y reduciendo la posibilidad de revueltas por parte de gobernadores de themas poderosos (recordemos que el mismo emperador usurpó el poder con el aval de encontrarse apoyado por el ejército del entonces enorme thema de Anatolicón, en Asia Menor). En lo concerniente a las finanzas fue un inteligente administrador, cargó con mas impuestos a Sicilia y Calabria y se hizo con las rentas del patrimonio papal en Italia, consiguiendo un equilibrio fundamental en el estado de guerra permanente en que se hallaba el Imperio, con los enormes gastos que ello ocasionaba.También organizó al Imperio en materia legal, ordenando a los juristas mas reconocidos de la época una actualización de los trabajos de Triboniano hechos en el siglo VI, cuyos trabajos, el Digesto, las Institutas y la Novellae estaban redactados en Latín, el cual era una lengua que los habitantes del Imperio ya no utilizaban. Había además innumerables usos y costumbres que legislar, puesto que los Códigos escritos en Latín ya habían caído en desuso porque eran sencillamente incomprensibles, lo que motivó, junto con los lógicos cambios del devenir de los siglos, la necesidad de tener a mano una legislación nueva, adaptada a la nueva sociedad, y redactada en griego. De esta idea surgió la Ekloga, que además de resumir los Códigos de Justiniano, agregaba nuevas leyes, en general dirigidas a afirmar la moral pública, prohibiendo el aborto, restringiendo las causas del divorcio y condenando con peores sanciones la homosexualidad. Nuevamente un lazo con el antiguo Imperio Romano era roto definitivamente, ya el latín había pasado a ser solo un recuerdo en el Imperio. No era de extrañar que surgiera cada tanto una polémica religiosa distinta en oriente, ya que la pasión de sus pobladores dio paso con el tiempo a numerosas herejías que habían sido condenadas en los distintos concilios cristianos, por ejemplo el arrianismo en plena época de Constantino el Grande o un siglo después a los seguidores de Nestorio, patriarca de Constantinopla que predicaba en contra de la Santísima Trinidad.
Cuando parecía que el Imperio había conseguido una cierta homogeneidad religiosa surgió, de la mano de León III, una nueva polémica, que en los primeros años pareció imponerse "casi" naturalmente, para luego ir creciendo en oposición y violencia.
El culto a las imágenes, aceptado finalmente por el Quinisexto Concilio en 692, se había transformado, según algunos teólogos cristianos influenciados por las creencias árabes (que prohibieron las representaciones religiosas en las mezquitas alrededor de 700) y por los teólogos judíos, que habían sido siempre enemigos de las representaciones pictóricas religiosas, en adoración, las imágenes creaban ídolos que eran adorados por la gente, algo que, según estos teólogos, el cristianismo no debería aceptar, puesto que reducía a Jesucristo y María a meras imágenes de adoración.
Asimismo es comprensible la adopción de estas ideas debido a que el mundo árabe estaba obteniendo una expansión tan rápidamente, probablemente única en la historia, que había sorprendido a todo el mundo conocido, y pensar que esto se debía a sus creencias religiosas era muy lógico en esa época, por lo que esto, sumado a un terrible terremoto que fue atribuido (tal vez con intención) a consecuencia de la adoración de las imágenes, debe haber sido probablemente el móvil por el cual en emperador comenzó su campaña iconoclasta.
Por otro lado las imágenes eran tan importantes para el pueblo bizantino que era imposible pensar en un triunfo de la iconoclasia por largo tiempo, era como ir en contra de la corriente, sin embargo, la energía y decisión características del gran emperador nuevamente se iban a imponer en el Imperio.
Tal vez lo que más molestara a León III era el hecho de que a las imágenes se les atribuían poderes divinos, eran objeto de adoración porque se les pedían favores como si fueran ídolos y se las hacía materia de devoción. No cabe duda de que el emperador actuó movido por propias convicciones cuando en 726 decide comenzar con la querella iconoclasta, ordenando retirar la célebre pintura de Cristo de la Puerta de Bronce del Gran palacio: la revuelta que esto ocasionó terminó con varios heridos, un soldado muerto y muchos iconódulos detenidos.
Esto tuvo dos consecuencias inmediatas: la primera fue que el Papa Gregorio II condenó la injerencia del emperador en asuntos de la Iglesia, negando el dinero italiano al Imperio. La segunda fue un serio intento de tomar el poder que partió desde Grecia, desde donde una flota se embarcó hacia Constantinopla con Kosmas como candidato para derrocar al emperador - sacerdote, pero al encontrarse con la Flota Imperial en el Helesponto, los rebeldes fueron derrotados y Kosmas ejecutado.
Pero es recién en el año 730 cuando León III publica el edicto que prohíbe la adoración de las imágenes, provocando un grave conflicto con el patriarca Germán, ardiente iconódulo, defensor de las imágenes, que se niega a aprobarlo. Sin hacerse esperar, León III convoca al Silention, consejo supremo de laicos y eclesiásticos, que sí aprueba el edicto, dándole la razón al emperador.
Germán renuncia al instante, siendo reemplazado por su ayudante Anastasio, provocando la ira de los patriarcas orientales y del Papa Gregorio II, el cual excomulga al nuevo patriarca, abriendo una brecha entre las iglesias oriental y occidental que no se cerrará en mas de un siglo.
A pesar de su triunfo con la imposición de la iconoclastia, que a esta altura era apoyado por gran parte de la población, que tenía los mismos sentimientos que el emperador con respecto al tema, León III jamás convocó un Concilio Ecuménico para imponerla.
El gran apoyo que obtuvo el emperador en su lucha contra las imágenes estuvo basado mayormente en la gran envidia a la que se habían hecho acreedores los monjes de los monasterios más ricos, que además de ejercer una influencia cada vez mayor en la sociedad bizantina, acumulaban grandes riquezas basadas en exenciones de impuestos y grandes donaciones, lo cual provocó una gran reacción religiosa que tuvo en el emperador a su cruzado y principal miembro.
Debido a la prohibición de la adoración de las imágenes por parte del emperador, enorme cantidad de monjes griegos se "exiliaron" en el sur de la península itálica, mayormente en las ciudades de Bari, Amalfi y Salerno, donde pudieron seguir su costumbre iconódula sin que llegara hasta allí la aplicación real de los edictos, en una inteligente decisión de León III, que sabía que el Imperio no tenía la misma fuerza en esas provincias. Gregorio II convocó un Concilio que condenó la iconoclastia, pero la respuesta de León III no se hizo esperar: hizo prisioneros a los legados del Papa en la capital bizantina y luego sustrajo las provincias de Italia, Sicilia y a la prefectura de Iliria de la jurisdicción de Roma, colocándolas en la de Constantinopla. Además todas las rentas del patrimonio de Roma pasaban al tesoro imperial.
Aquí comienza el alejamiento del Papado del Imperio Bizantino y su progresivo acercamiento a los reinos francos, que llegaría a su culminación cuando en el año 800 el Papa coronara a Carlomagno emperador, obteniendo gran cantidad de territorios como recompensa.
Los años de gobierno de León III fueron marcados por sus convicciones políticas, religiosas, administrativas y militares; toda su gestión fue el mérito de un buen militar, mejor estratega, excelente diplomático y, como el mismo gustaba llamarse, emperador sacerdote, convencido absolutamente de sus ideas.
Dio nuevamente vida al Imperio, organizó las vidas de sus habitantes dándoles leyes en su propio idioma, reorganizó la economía y las finanzas, se enfrentó a los enemigos externos y también a los internos con gran energía, don de mando y siempre la victoria lo acompañó. Consolidó las fronteras con los árabes ganando batalla tras batalla, siempre él mismo al frente de su ejército, hasta triunfar en 740 en la decisiva batalla de Akroinón, en Frigia.
Mantuvo a raya al Papado, que crecía a espaldas del Imperio, le quitó varias provincias y la renta sobre su patrimonio, aunque no se atrevió a sacarle Rávena, que ya era prácticamente independiente del Imperio, y una flota que él mismo preparó y que se dirigía a Roma naufragó a causa de una tormenta, en lo que fue uno de sus peores fracasos.
Con él, la política del estado siempre estuvo presente en todos los actos de la vida del Imperio, no hubo quién se sustrajera a ella, con lo que el Imperio volvió a tener la fuerza de antaño.
Por último, hay que decir que fue injustamente olvidado por la historia dos veces, una, como integrante del elenco de grandes emperadores del Imperio Bizantino, enterrado por los historiadores durante siglos, y otra, anterior, por los mismos habitantes del Imperio que una vez que triunfó la iconodulia se dedicó a destruir los documentos y todo lo referente a la iconoclastia, que lo tuvo como principal bastión y fundador.
III.- Auge y caída.- El Imperio Bizantino recuperó aún más su grandeza con Basilio II (976-1025 d.C.), que quitó poder a la aristocracia, desarrolló la economía con medidas proteccionistas y buscó nuevos mercados en rutas fuera del alcance de los árabes (comercio con los varegos y con los rusos).
A partir del siglo XI comenzó la decadencia del Imperio. Los turcos derrotaron a los bizantinos y se establecieron en Asia Menor.
La dinastía bizantina de los Comnenos (1081-1185 d.C.) aprovechó la presencia de los cristianos de occidente, con motivo de las cruzadas, para recuperar las posesiones perdidas, pero la incapacidad de Bizancio para recuperar los Santo Lugares, unida al Cisma de Oriente (ruptura de la unidad de la Iglesia, que traería como consecuencia la formación oficial de la Iglesia Apostólica Romana de occidente y la Iglesia Ortodoxa Griega de oriente, debido, entre otras causas, a la “Querella Iconoclasta”) de Miguel Cerulario (1054 d.C.).
La cuarta cruzada, cuyo objetivo era liberar Jerusalén de los turcos, tomó Constantinopla en 1204 d.C. La República de Venecia, promotora de los enfrentamientos con Bizancio, aprovechó la decadencia bizantina para controlar el comercio de la región. El imperio se desintegraba internamente por las luchas entre diferentes bandos para hacerse con el poder, y también por los conflictos sociales entre señores y campesinos.
Los turcos aprovecharon la ocasión para terminar con el poder de Bizancio y en el año 1453 tomaron Constantinopla.
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