viernes, 27 de mayo de 2011

EL ARTE DURANTE LA EDAD MEDIA

EL ARTE ROMÁNICO


I.- Introducción.- El arte románico comienza en el siglo XI, a partir de la abadía de Cluny. Se difunde por las peregrinaciones y llega hasta el siglo XII. Es un arte didáctico que pretende la educación religiosa del pueblo. La arquitectura es el arte por excelencia, a la que se subordinan todas las demás.

II.- Arquitectura.- El templo es la obra fundamental del románico. Es el cuerpo de Cristo, la casa de Dios, la imagen de la Jerusalén celeste. Los elementos sustentantes más destacados son: el muro, el pilar y la columna. Los capiteles se decoran con relieves de los temas comunes. Las primeras cubiertas son de madera y planas. Luego se empleará la bóveda, tanto de cañón como de arista. Para ello se emplearán los arcos fajones, que se reforzarán por el exterior con contrafuertes. No faltan las cúpulas, que se erigen sobre trompas, aunque también las hay sobre pechinas.
En las iglesias de peregrinación aparece la tribuna o triforio. Domina la planta de cruz latina. Distinguiremos: las naves, el crucero (transepto) y el ábside, que puede tener absidiolos. Las naves laterales se unen gracias a una girola o deambulatorio. En la fachada del templo aparecen dos torres gemelas que flanquean la entrada.
Otro elemento importante es la portada, que tiene una estructura abocinada, gracias a las arquivoltas. El tímpano se decorará, así como las jambas y el parteluz.

  • La Arquitectura Románica en Europa.- En Francia se dan todas las tipologías y presenta el tipo clásico. Las fachadas de la escuela de Provenza son las más antiguas. Su aspecto exterior es austero: San Trophime de Arlés. En la escuela de Languedoc aparecen las primeras iglesias de peregrinación: San Sernin de Toulouse. El tipo clásico de románico, la escuela de Auvernia: Notre-Dame la Grande en Poitiers. En la escuela de Aquitania y el Perigord aparecen las cúpulas: Catedral de Angulema. La escuela de Borgoña posee el modelo típico románico: Abadía de Cluny. La escuela del Dominio Real: San Denis. Y la escuela de Normandía: San Etienne de Caen.
  • En Italia hay una profunda influencia bizantina y de la arquitectura clásica. Se dan las escuelas de: Piamonte, Toscana y Lombardía con construcciones de ladrillo y un sistema triple de edificios, de: iglesia, baptisterio y campanario: San Ambrosio de Milán, y las catedrales de Parma, Pisa y Módena.
  • En Alemania los edificios son muy grandes, altos y desarrollados en longitud, construidos en ladrillo: Santa María de Laach en Colonia y la capilla palatina de Aquisgrán.
  • En Inglaterra se siente la influencia normanda, hasta el punto de conocerse como estilo anglonormando: Catedral de Winchester y la cripta de la catedral de Canterbury.
  • En España, Cataluña es la primera región española en la que aparece el románico. Los soportes son pilares o columnas sin capitel. En las cubiertas predomina la bóveda de cañón y arista: catedrales de Solsona y Urgel.
  • En Navarra y Aragón se nota más la influencia de Cluny: San Salvador de Leyre, San Millán de la Cogolla. Son iglesias rurales de una sola nave.

  • El de camino de Santiago es el más importante. Aparece la alternancia de pilares y columnas, el taqueado jaqués y la cúpula en el crucero. Aquí encontramos las típicas iglesias de peregrinación: catedral de Jaca, San Martín de Fromista, San Isidoro de León y la catedral de Santiago.
III.- Escultura.- La pintura y la escultura es parte indispensable y complementaria de la arquitectura. Las imágenes tienen dos funciones: una estética y otra didáctica.
Suelen tener un marcado hieratismo, aunque la policromía lo suaviza. El programa iconográfico incorpora las enseñanzas de la Iglesia, (Adán y Eva, el arca de Noé, el sacrificio de Isaac, la Anunciación, la Visitación, la Natividad, la Epifanía, Pentecostés, etc.), el crismón, los monstruos y el del juicio final. En la escultura exenta predominan los temas de: el Crucificado y la Virgen.
La escultura se caracteriza por la ley de la adaptación al marco, el horror al vacío, la expresividad esquemática, sin proporciones naturalistas, y la carga simbólica y alegórica. Dos espacios están especialmente reservados para la escultura: la portada y el ábside.

  • La escultura románica en Europa.- Francia es el centro del románico. Podemos distinguir seis escuelas: la escuela de Toulouse, Borgoña, Auvernia, Poitou, Provenza e Isla de Francia. En Alemania destaca la escuela de fundidores de Hildesheim.
  • En España, destaca la orfebrería: el Arca de San Millán, y el Crucifijo de don Fernando y doña Sancha. En el románico pleno (1075-1150) destaca la producción del camino de Santiago: La portada de las Platerías, en Compostela, atribuida al maestro Esteban. En el siglo XII aparecen los maestros de transición al gótico, que tienen un aspecto más naturalista. pórtico de la Gloria en Compostela, atribuida al maestro Mateo.
IV.- Pintura.- Todos los edificios debieron estar policromados. El ábside principal era el centro organizador del programa iconográfico.
Entre los temas predominan: el tetramorfos, el pantocrátor y los apóstoles y santos. Al igual que la escultura, tiene una clara función docente, y un marcado carácter simbólico, además de estético.
Predomina el dibujo, con línea gruesa, colores planos y sin volumen. El espacio se crea por la distribución de las figuras en el espacio.
La miniatura está realizada por gente letrada, pensada para decorar libros para la gente que sabe leer, por lo que no tiene la intención didáctica de las demás obras, y son de una mayor libertad creativa.

  • Las escuelas europeas.- Se pueden distinguir dos escuelas: una de tradición carolingia, en el norte de Europa, y otra de tradición bizantina, en el resto del continente. Destacan las escuelas francesas de Berry, Poitou y Turena. En Italia sobresale el foco de Montecasino.
  • España, en Cataluña se encuentran las mejores obras, y las mejor conservadas. Tienen una marcada influencia bizantina. Destacan las obras de la Seo de Urgel y de San Clemente de Tahull. En León, y en Castilla, encontramos un estilo mucho más internacional, influido por la estética islámica: Panteón de los reyes en San Isidoro de León. La miniatura española es de gran importancia. Libro de Horas de doña Sancha, la Biblia de León (segunda) y el Beato de Liébana.
EL ARTE GÓTICO

I.- Introducción.- El arte gótico es el que corresponde a la Baja Edad Media. Es un período dinámico desde el punto de vista socioeconómico, muy variado, con intensos contactos con Oriente a través de las cruzadas y las rutas comerciales, la burguesía nace en las ciudades.
La orden del Císter fue la que creó y difundió el nuevo estilo, tras la reconstrucción de la abadía de San Denis por el abad Suger. Era una arquitectura sobria, austera y luminosa.

II.- Arquitectura: La catedral.- El gótico se caracteriza por la verticalidad y la luz, que es el reflejo de la divinidad. Su expresión más típica es la catedral, en la que encontramos todos los elementos del arte gótico.
Utiliza un nuevo tipo de arco y de bóveda: el arco ojival y la bóveda de crucería, lo que posibilita un muro diáfano que se recubre con vidrieras. Los rosetones son el marco privilegiado de las vidrieras de colores. 
Predominan las plantas de cruz latina en las que se distingue: la cabecera, el crucero y las naves, de tres a cinco. La cabecera tiene girola y capillas radiales. La nave central y el crucero son más anchos y altos que las laterales.
Aparece el pilar fasciculado, que tiene el fuste formado por varias columnillas delgadas (baquetones). En el edificio gótico se necesita un sistema de contrapeso adicional: los arbotantes.
Es la época de la bóveda de crucería, que permite cubrir espacios rectangulares a mayor altura. Está formada por dos arcos (nervios) que se cruzan en la clave. 
Las vidrieras se organizan en tracerías. Cada vidriera posee un armazón de hierro y un emplomado.
La portada se revaloriza. En ella se colocan las torres y las puertas. La fachada típica tiene forma de “H”. Está formada por dos torres cuadradas, rematadas con un elemento piramidal. Poseen tres niveles: la portada de entrada, los ventanales y el rosetón.
En el alzado de la catedral se distinguen tres partes: la arquería, el triforio y el claristorio o ventanales.
Además de las catedrales adquieren importancia otros edificios civiles. Se levantan el ayuntamiento, las lonjas, sin dejar de construirse castillos y fortificaciones militares.

  • La arquitectura gótica en Europa.- Francia es la cuna del gótico. En la fase protogótica encontramos los edificios cistercienses como la abadía de San Denis, y Notre-Dame de París. En el período clásico destacan las catedrales reales, Reims, Amiens y Chartres. En el período manierista destaca la Santa Capilla de París y la catedral de Rouen.
  • En Inglaterra el gótico presenta tres etapas: el estilo primitivo, catedral de Canterbury; el estilo decorativo, catedral de York; y el estilo perpendicular, catedral de Westminster.
  • El gótico apenas entró en Italia. Pero lo característico del gótico italiano es la arquitectura civil. Destacan la cartuja de Pavía, el Ayuntamiento de Perusa y el palacio ducal Casa del Oro en Venecia.
  • En Portugal el gótico llega a través de España: convento de Batalha y el monasterio de Alcobaça. En los siglos XV y XVI se desarrolla el original estilo manuelino: monasterio de Belem.
  • España, el gótico tiene dos ámbitos fundamentales, el camino de Santiago y las ciudades comerciales de la Corona de Aragón. El gótico tarda en introducirse en España (siglo XII). Destacan las plantas en forma de “T”, las capillas de la cabecera y el transepto y el claustro con dos pisos. Monasterios de Poblet, La Espina, Gradefes y La Moreruela. Se comienzan a construir las catedrales de Zamora, Salamanca, Tarragona y Lérida. La segunda etapa, en el siglo XII, es la del gótico pleno. Las catedrales más importantes son las de León, Burgos y Toledo. La tercera etapa, en el siglo XIV. Se acaban las catedrales de Palma de Mallorca, Santa María del Mar (Barcelona) y Gerona. Son templos más austeros, la nave central es más ancha y las laterales son más altas. En el siglo XV aparece el gótico flamígero, que en Castilla se denomina isabelino. En esta época la decoración se desborda, las plantas tienden a ser cuadradas de una sola nave y los soportes más delgados. El coro se desplaza a los pies y en alto. Lonjas de Palma de Mallorca y Valencia. En Castilla aparecen dos escuelas: la de Toledo y la de Burgos. Puerta de los leones de la catedral de Toledo, la cartuja de Miraflores.
III.- La Escultura.- En la escultura gótica se observa una progresiva liberación del marco arquitectónico y un mayor naturalismo. No falta en la iconografía el bestiario fantástico. Las imágenes se comunican entre sí expresando sentimientos, alegría, tristeza, dolor, etc., hasta llegar al patetismo en el siglo XV. Reaparece el retrato.
El artista tiene libertad para hacer sus obras y las firmará. Existirá una escultura monumental. También adquiere gran importancia la escultura funeraria. Este es el ámbito del retrato, donde hay un mayor realismo.
Durante el período protogótico destaca el conjunto del pórtico de la Gloria, atribuido al maestro Mateo y el pórtico real de Chartres.
En el período clásico encontramos una tendencia a la belleza ideal, a la ingenuidad y a la sencillez. Suelen ser conjuntos narrativos que ocupan principalmente las portadas.
El gótico flamígero se caracteriza por la utilización de manera decorativa, de la curva y la contracurva, que da movimiento a las figuras. La escultura se hace totalmente exenta y se difunde la estatuaria funeraria.

  • La escultura gótica en Europa.- Las primeras manifestaciones de escultura se encuentran en Francia. Destacan: la fachada de la catedral de Chartres, y San Esteban de Notre-Dame de París. En Francia destaca la escuela borgoñesa, y dentro de ella Claus Sluter, el Pozo de Moisés.
  • En Italia la escultura está al servicio del mobiliario de las iglesias y del arte funerario. Nicolás Pisano: púlpito del baptisterio de Pisa, Giovanni Pisano: púlpito de la catedral de Pisa.
  • España, en el período protogótico, se conoce al maestro Mateo que hace el pórtico de la Gloria en Santiago. En el período clásico, mediados del siglo XIII, se entronca con la tradición francesa. Portadas de las catedrales de Burgos y León. En el período manierista los talleres más importantes se encuentran en Toledo. Destacan las puertas del Reloj y de Escribanos en la catedral de Toledo y el claustro de la catedral de Pamplona. En el período hispano-flamenco se acentúan las notas patéticas y dolorosas en las expresiones de las figuras, que se hacen más naturales. Pere Anglada: Ángel del Ayuntamiento de Barcelona, Juan de Colonia: retablo de san Nicolás en Burgos, y Gil de Siloé: sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal en la Cartuja de Miraflores.
IV.- La Pintura.- La pintura es el arte que más radicalmente cambia en el gótico. Pierde su lugar natural: el muro. La técnica más utilizada es la del temple y el óleo, que da un mayor colorido y permite un acabado más minucioso.
La primera etapa corresponde a la pintura conocida como gótico lineal, hacia el 1200. Se caracterizan por tener un fondo dorado, de influencia bizantina, un espacio simbólico. Las figuras tienden a ser planas, los colores vivos y aún tienen muchos convencionalismos románicos.
La segunda etapa corresponde a la Italia del Trecento, o pintura italogótica. Este será el germen de la pintura moderna, desaparece la línea negra. Podemos distinguir tres escuelas; la toscana, Giunta Pisano: Madona de la catedral de Pistoia; la escuela romana, Pietro Cavallini: Nacimiento y muerte de María; y la escuela florentina, Giotto di Bondone: Madona de Uffizi. Su aventura es la conquista de la técnica, el estudio del espacio, la perspectiva lineal, la coloración objetiva, la luz y la degradación de los colores.
En Italia también hay una escuela en Siena, que se caracteriza por hacer un arte cortesano, colorista, cromático e irreal, con los fondos dorados de tradición bizantina. Duccio di Buoninsegna: Madona Rucellai. Llegará en el siglo XIV a Cataluña Jaume Ferrer Bassa: capilla de San Miguel de Pedralbes.
La última etapa corresponde al gótico internacional, en torno al 1400. Se caracteriza por su afición al lujo, los colores brillantes, el dibujo curvilíneo, las pocas preocupaciones espaciales y por ser un estilo un tanto decorativo. Jean Fouquet: Díptico de Melum. En España encontramos: en Cataluña Lluis Borrassá: retablo del Salvador en la catedral de Barcelona; en Valencia Lorenzo Zaragoza: San Roque de Jérica; y en Castilla Nicolás Francés: retablo de la catedral de León. En esta época destaca, también, la escuela flamenca, protegida por una potente burguesía que es su principal cliente. Los pintores se organizarán en gremios, por lo que habrá una búsqueda colectiva de la perfección técnica y dibujística, lo que la hace muy minuciosa en los detalles. Los hermanos Jan y Hubrecht van Eyck: retablo del Cordero Místico; Petrus Christus: Leyenda de san Eloy; Roger van der Weyden, Descendimiento de la cruz; y el Bosco: El juicio final, El carro de heno y el tríptico de El jardín de las delicias.
Fuera de Flandes fue en España donde este estilo tuvo más éxito. Bartolomé Bermejo: Piedad del canónigo Desplá y Pedro Berruguete: retablo de Santo Tomás de Ávila.

lunes, 9 de mayo de 2011

EL IMPERIO BIZANTINO

EL IMPERIO BIZANTINO


I.- Generalidades.- El día 11 de mayo del año 330 d.C., el emperador Constantino fundó solemnemente una esplendorosa nueva capital en la porción oriental del imperio romano. Bautizada con el nombre de Nueva Roma, pronto se hizo famosa en todo el mundo con el nombre de Constantinopla, la ciudad de Constantino. En 1453, un nuevo Constantino (el undécimo, en la lista de tal nombre) encontró una muerte heroica en combate con los turcos, quienes tras aquella batalla, consiguieron destruir el imperio que durante más de mil años se había erigido en legítimo depositario de la soberanía romana. Durante el milenio de su existencia, el imperio bizantino pareció en varias ocasiones estar a punto de sucumbir. Pero a estos periodos de crisis sucedían otros de resurgimiento del poder y de renacimiento de la cultura. El imperio mostraba numerosos síntomas de debilidad (revueltas e intrigas, despotismo, disputas teológicas y una excesiva tendencia al placer y el lujo). Pero tales aberraciones se veían largamente compensadas por sus grandes contribuciones a la civilización, ya que preservó la lengua y la cultura griegas para la posteridad, continuó el sistema imperial romano y codificó el derecho romano. Por otra parte, la iglesia ortodoxa griega convirtió a los pueblos eslavos e impulsó el desarrollo de espléndidas formas artísticas, de un nuevo arte greco-oriental, cuya motivación era la glorificación de la religión cristiana. Constantinopla, situada en la encrucijada de Oriente y Occidente, ejercía el papel de difusora de la cultura entre todos aquellos pueblos que entraban en contacto con el imperio. Tales contactos eran numerosos, ya que los comerciantes del imperio eran extraordinariamente activos en los puertos del mar Mediterráneo y del mar Negro, y poseían contactos comerciales que alcanzaban a los países europeos y del Próximo Oriente.

II.- Factores que contribuyeron a la grandeza de Bizancio.- Entre otras cosas, por la permanencia y la estabilidad de sus instituciones, dirigidas por el emperador que ostentaba un poder teocrático y absoluto. El florecimiento económico sustentado por el comercio internacional. Una cultura elevada, que sintetiza elementos romanos, helénicos y cristianos. Entre los principales emperadores bizantinos destacan:

II.1.- JUSTINIANO (527-565 d.C.).- Antes que nada se debe aclarar que Justiniano al asumir su tarea como emperador, heredaba el Imperio Romano de Oriente con las arcas llenas con un tesoro conformado por  millones de monedas de oro, mérito del buen emperador Anastasio, lo cual facilitó la puesta en marcha de las acciones que llevarían a cumplir sus grandes metas.


Justiniano era conocido como el emperador sin sueño, tanto por su gran ritmo de trabajo como porque con su labor abarcó todo el mundo político conocido, interno y externo, y lo hizo con energía y sin descanso alguno hasta que en sus últimos años se dedicara a la teología y abandonara parte de su gestión política.
Nunca fue popular, era frío y distante con el pueblo, reinaba solo o aconsejado por su esposa Teodora, evitando tentaciones a usurpar el poder, aunque sabía delegar responsabilidades como construcción de Iglesias y edificios públicos, compilaciones de leyes o campañas bélicas. Fue un hombre culto, hablaba latín, era estudioso, apasionado por los problemas teológicos, inteligente, ambicioso, pero debió muchas de sus buenas acciones de gobierno al buen criterio y la valentía de su mujer, Teodora.
El gran sueño de Justiniano era reconstruir el Imperio Romano, tarea que consideraba factible dada la inestabilidad de los reinos germánicos en Occidente.
Por ello en el ámbito militar dedicó varios años a reconquistar por intermedio de su general preferido, Belisario, el África occidental (Cartago) a los vándalos, la península itálica a los ostrogodos y el sureste de la península ibérica a expensas de los visigodos.
Este mérito se consiguió además, gracias a su general Narsés (también lidiando con las vicisitudes de una guerra intermitente, tratados de paz de por medio, con Persia, cuyo rey, Cosroes I la llevó a la cima de su poder y cultura en esa misma época).
En el ámbito político convirtió varias circunscripciones pequeñas en provincias de mayor extensión, dando más poder a los gobernadores, sin embargo, sólo unos pocos tenían el poder militar y civil a la vez, estos en su mayoría en las provincias occidentales recién conquistadas.
Tuvo una gran actividad constructora, mandó fundar ciudades, hizo construir iglesias, palacios, baños, puentes y acueductos.
Se destaca la construcción de la Iglesia de Santa Sofía, creación de Antemio de Tralles y sus ayudantes Isidoro de Mileto e Ignacio.


Debido al alto costo de las guerras que inició y de las construcciones emprendidas tuvo una política fiscal cada vez mas agresiva y opresora.
Trató todo el tiempo de hacer menos corruptibles a los funcionarios, por ejemplo, suprimió la costumbre de comprar "semilegalmente " cargos públicos.
De todas maneras, toda esta renovación administrativa no estaba dada por el hecho de querer cambiar, sino que el objetivo más importante y que terminó siendo el único, fue hacer más funcional la administración para conseguir recaudar más y más y así financiar sus proyectos.
Tal vez, junto a la construcción de la Iglesia de Santa Sofía, lo que lo hizo célebre fue la recopilación de las Leyes Romanas que hicieron Triboniano y un grupo de selectos juristas, el Corpus Iuris Civilis Romani (dividido en Códex, Digesto o Pandectae, Institutas y Novellae), el que se convirtió en la base jurídica bizantina, y con el tiempo ejerció una gran influencia en occidente.
En cuanto a la religión, apoyó incondicionalmente al cristianismo ortodoxo, incluso él mismo dedicó mucho de su tiempo (sobretodo en su vejez) a los problemas teológicos, pero en lo que se refiere a los "herejes" monofisitas su política fue ambigua y cambiante, alternando persecuciones con permisividad, tal vez por influencia de la emperatriz Teodora, de quien se sabe que los defendía cuando podía. En la época de Justiniano estaba vigente el paganismo, al cual el emperador le dedicó no pocos esfuerzos con el objetivo de desterrarlo del Imperio. Por ejemplo, la decisión de cerrar la Universidad de Atenas, centro del paganismo, en el 529 d.C. Si bien su importancia en esa época era limitada, la Universidad seguía influenciando a los griegos, y así el emperador con esta y otras numerosas medidas administrativas terminaba con el problema.
No existe constancia de que el culto pagano se haya extendido (en el Imperio) mas allá del gobierno de Justiniano, así que parece que el emperador acabó con él. Pero sin embargo su mayor dilema no eran los paganos, ya muy escasos y fáciles de combatir, sino el cisma monofisita, que justamente se daba en las provincias mas ricas (Egipto y Siria fundamentalmente), lo que implicaba decidir entre aplastar y perseguir a los monofisitas con el riesgo de perder dichas provincias, o pactar con ellas, con el problema entonces de poder perder el apoyo de los ortodoxos (mayoría en los Balcanes y Asia Menor.)
Como fue habitual en Justiniano, su política no fue coherente, alternando persecuciones sangrientas con concesiones que lo acercaban demasiado a los "herejes monofisitas", lo cual no le llevó a ningún resultado positivo. Es probable que el pueblo de Bizancio no sintiera ya ese querer volver a la gloria del Imperio Romano de Augusto, como lo sentía el emperador, es probable que tantas y tan largas guerras hayan afectado negativamente el ánimo de la gente que antes de Justiniano vivía sin tantas campañas que fueron muy caras en vidas y dinero. Es probable que, por todo ello, Justiniano no fuera popular en la medida de sus logros. De todas maneras, fue ese pueblo y sus sucesores los que heredaron un Imperio muy grande, demasiado grande para su estabilidad, puesto que las arcas del estado ya estaban vacías luego de tantas guerras, y los territorios occidentales muy lejos como para defenderlos a un mínimo costo.


II.2.- HERACLIO (610-641 d.C.).-  Ante los actos de terror perpetrados por el tirano Focas, y ante los extensos territorios perdidos ante los persas, y los Balcanes ocupados por ávaros y eslavos, el exarca de Cartago, Heraclio, armó su flota y la puso rumbo a Egipto, donde se le unió la flota local. Desde allí, su joven hijo, también llamado Heraclio, partió hacia Constantinopla, reclutando seguidores, especialmente del partido de los verdes que odiaban a Focas. Una vez en Constantinopla, derrocaron a Focas, lo ejecutaron y cumplieron con la merecida “damnatio memoriae”, derrumbando la estatua del tirano en el Hipódromo.
Heraclio fue proclamado emperador en el momento más difícil del Imperio, cuando la situación en todos sus frentes era absolutamente desesperada. Tan desesperada era la situación que en los primeros años el emperador llegó a considerar el traslado de la corte a Cartago, para tener desde allí la oportunidad de rehacerse y reconquistar lo perdido. Sin embargo, el temor de los habitantes de la capital y sobre todo el pedido del patriarca Sergio, convencieron a Heraclio de quedarse en Constantinopla.
Administrativamente, Heraclio siguió el ejemplo de Mauricio y convirtió en “themas” (organización de una provincia militarizada al mando de un gobernador con poder civil y militar) toda la región del Asia menor, decisión importantísima y fundamental para el futuro del Imperio. Esto dio más poder a los gobernantes y facilitó la defensa de cada uno de los territorios.
En los Balcanes y en Grecia no le fue posible aplicar esta estructura porque los eslavos habían devastado la región y la habían ocupado de forma estable. La organización de los “themas”, que entregaba en forma de pago tierras a los soldados, facilitó la creación de un ejército autóctono en detrimento del ejército de mercenarios, más caro y menos leal.
Una vez organizado el territorio, y asegurada la fiel colaboración de la iglesia ortodoxa, con el patriarca Sergio al frente, Heraclio consolidó una paz con los ávaros, pagando un pesado tributo. En 622 abandonó Constantinopla para pasar a Asia Menor y organizar su ejército. Finalmente se dirigió a Armenia, y logró la victoria sobre los persas del general Sahr Barz, consiguiendo el completo dominio de Asia Menor. Hasta 625 continuó la guerra con Persia, pero Heraclio no pudo conseguir invadir el vecino país. Entonces, en 626 se produjo el ataque tan temido: los persas y los ávaros se unieron para asediar Constantinopla. El general persa Sahr Barz y su aliado el kan ávaro además de incontables eslavos, búlgaros y gépidos atacaron las murallas, cuya defensa asumió el patriarca Sergio, en ausencia del emperador en campaña en Lazica.
Por suerte para Bizancio, su flota seguía siendo eficiente y poderosa, derrotando a las embarcaciones eslavas y provocando la huída de los ávaros, seguida por la de los persas que, luego de ser derrotados por Teodoro, hermano de Heraclio, huyeron a Siria.
Ahuyentado el peligro en Constantinopla, el emperador, mas tranquilo, se alió con los jázaros del Cáucaso y organizó en 627 una ofensiva al pleno corazón de Persia, Nínive y Dastagerd fueron conquistadas y una guerra civil depuso a Cosroes II. El hijo de Cosroes, Kovrad Siroe, fue nombrado rey y firmó la paz con Bizancio devolviendo a este Siria, Armenia, Palestina, Egipto y la Mesopotamia romana.
La reliquia de la Vera Cruz robada por los persas fue devuelta solemnemente por el propio emperador a la ciudad de Jerusalén. Los persas y los ávaros estaban definitivamente vencidos por el Imperio Bizantino.
Hay que destacar del gobierno de Heraclio, la creciente importancia de la iglesia en la vida de la gente, la gran religiosidad alcanzada por el pueblo, como nunca antes había sucedido, y que fue en gran parte causa de las victorias obtenidas.
Heraclio también helenizó gran parte de la administración, poniéndola a tono con el pueblo, que no hablaba latín, sino griego, ejemplo que fuera seguido por sus sucesores hasta la helenización de las leyes por León II, que finalizará en el siglo VIII. Por ejemplo, rehusó el título romano de imperator, adoptando el título griego de “basileus”.
El gran problema que enfrentó finalmente Heraclio fue el monofisismo declarado de las provincias reconquistadas, y lo hizo a  través de los esfuerzos del patriarca Sergio, que trató de imponer soluciones de compromiso, como el monoenergismo o el monotelismo, acercando la posición de los ortodoxos a los monofisitas, soluciones que sin embargo parecieron incomodar a ambas partes.
Finalmente, todo el esfuerzo estratégico - político - militar del emperador fue destruido por la nueva potencia de la zona: el Islam. Debido a la debilidad en que había quedado el Imperio luego de su lucha contra persas y ávaros, las provincias monofisitas, Siria, Palestina y Egipto cayeron fácilmente en manos de los árabes, luego de la importante victoria de estos a orillas del río Yarmuk en 636 d.C.

II.3.- LEON III Isaurio (717-741 d.C.).- Fue el primer emperador iconoclasta. Desde la caída definitiva del despótico y sanguinario Justiniano II en 711, a quien le habían arrancado la nariz luego de la sublevación que terminó con su primer reinado, se habían sucedido los emperadores Filípico, Anastasio II y Teodosio III, reinados débiles y muy poco eficaces en medio del desorden social, la anarquía y la revuelta.
Este último gobernante, que era un simple funcionario fiscal que fue nombrado emperador por una facción del ejército en contra de su voluntad, al límite de sus fuerzas y sin poder hacer nada frente al desorden y el desánimo que había en todo el Imperio, en su mejor decisión prefirió abdicar el 25 de marzo de 717 a favor de León III, quien comandaba un incruento golpe y retirarse a un convento de Efeso. León III era el gobernador (strategos) de Anatolia (el thema de Anatolicón), muy popular en el Imperio a partir de una exitosa campaña contra los alanos. Llamado el Isaurio por su supuesto origen isáurico, hay estudios que ubican su nacimiento en Germanicia, región del norte de Siria, lo que le da un perfil sumamente diferente, sobre todo en la influencia religiosa que pudo haber recibido, lo cual es muy importante para comprender sus actos, que influyeron enormemente en la vida del futuro Imperio.
En realidad lo que recibía el nuevo emperador como herencia de la dinastía de Heraclio, que otrora había salvado al Imperio de su desaparición, era la capital y un pequeño territorio de los alrededores, tal era la gravísima situación en Bizancio.
Ante este sombrío panorama y teniendo en cuenta las notables diferencias de realidad que existían entre el pujante y arrollador Califato árabe y el desfalleciente Imperio Bizantino, a punto de desaparecer, era evidente que se produciría tarde o temprano un enfrentamiento definitivo, y León III lo sabía perfectamente, por lo que apenas fue proclamado emperador se dedicó a preparar la defensa de la ciudad desesperadamente.
León III era un excelente comandante del ejército, de cerca de cuarenta años, muy capacitado y con gran experiencia en las luchas contra los bárbaros
Sulayman, el califa de la dinastía omeya decidió en 717 luego de meditar la estrategia a seguir para terminar la conquista del Imperio Romano, que tendría a su entender la misma suerte que la Persia Sasánida, en lugar de seguir como hasta ese año intentando ocupar territorios bizantinos en Asia Menor, donde no podía atravesar la línea de Tauro, sitiar la capital Constantinopla para así, conquistando la sorprendida ciudad, obtener luego fácilmente el resto del Imperio. Ese mismo año se puso en marcha el plan: el ejército terrestre de mas de cien mil hombres capitaneado por Maslamah, hermano del califa Sulaymán, partió desde Pérgamo, atravesó el puente de Helesponto y llegó el 15 de Agosto de 717 a enfrentarse a la aterrorizada capital, que veía como estaban llegando a su término los días de gloria. A la vez, la impresionante escuadra árabe dirigida por el general Sulaymán, compuesta por unas mil ochocientas unidades, ya rodeaba a la capital por el mar desde el 1 de Agosto. Por suerte para Constantinopla, su armada era todavía numerosa y sus capitanes eran muy buenos navegantes y mejores guerreros, por lo que mantuvieron a raya a la marina árabe, pudiendo abastecer a la ciudad con facilidad por vía marítima, de tal manera que los sitiados no sufrieran demasiadas necesidades. A los primeros y encarnizados ataques árabes siguieron periodos de relativa calma, para luego sucederse otro fervoroso ataque, y así con distintos ciclos de ataques y quietud fueron transcurriendo los meses. El arma fundamental de la defensa de la ciudad fue sin embargo un elemento que nadie salvo los bizantinos conocía, llamado por ese motivo “fuego griego”, una fórmula secreta que daba como resultado una mezcla viscosa e incendiaria que no se apagaba siquiera cuando estaba sobre el agua, y que además tenía la virtud no solamente de causar incendios y bajas en los enemigos, sino de ir socavando la moral de estos, pues los árabes se sintieron impotentes ante él, constantemente hostilizados, y sobre todo, sintieron el no tener un elemento similar con el que dar batalla, en resumen, se sintieron en inferioridad de condiciones ante semejante arma de guerra, que además los bizantinos utilizaban en gran forma.
Otro gran enemigo de los árabes fue el intenso y crudo invierno que recibió el año 718, y todos sabemos que la raza árabe no se siente cómoda en territorios con clima frío, por lo que el sufrimiento fue mayor.
A su vez tenemos que decir que León III era un excelente diplomático, pues aún con los riesgos que esto representaba, concluyó un tratado con los búlgaros luego de convencerlos del peligro que representaba también para ellos una conquista del Islam en esas tierras, que así comenzaron a hostilizar al ejército sitiador en la primavera de 718, justo cuando los árabes recibían refuerzos y estaban haciendo un esfuerzo supremo para poder atravesar las imponentes murallas, causando muchas bajas y gran desánimo entre sus miembros. Ya absolutamente desmoralizados los invasores resignados abandonaron el sitio por orden de Maslamah justamente a un año de su comienzo, el 15 de Agosto de 718, con el terrible resultado final de alrededor de cien mil muertos, debido a las armas, o al hambre o al intenso frío del último invierno.
Para peor, la retirada de la flota árabe fue desastrosa, primero por la persecución de la armada bizantina, que destruyó numerosos barcos, y luego por una implacable tormenta que la aniquiló definitivamente.
Con esta rotunda victoria, el Imperio revivió por segunda vez en su historia (la primera fue el siglo anterior, cuando estaba Heraclio en campaña contra los persas que habían tomado Siria, Palestina y Egipto, y el patriarca Sergio organizó la defensa de la ciudad contra el ataque de persas y ávaros.)
Así, León III se convirtió en el héroe de todos, el real salvador, reuniendo en su persona el poder ilimitado y la admiración de todos los habitantes del renovado Imperio.
Esta victoria sobre el califato Omeya puede considerarse la salvación de occidente, tan importante como la batalla de Poitiers en 732 (o tal vez más aún), donde Carlos Martel derrota a los sarracenos venidos del sur de los Pirineos, ya que su primera consecuencia fue contener el empuje ilimitado del Islam, confinándolo a pelear por el territorio de Asia Menor, con muchas menos pretensiones, al considerar los árabes luego de su derrota que Constantinopla estaba protegida por una especie de poder divino, con lo que el peligro se alejaba considerablemente de occidente, y que fue lo que permitió crear las bases de un nuevo Imperio que actuó como bastión durante siglos en la lucha contra los árabes, y luego contra los turcos.
De haber tomado Constantinopla, el Islam, el califato Omeya, con la fuerza inagotable que tenía en esos días, con el increíble ejército que tenía movilizado, y con el fanatismo religioso como principal arma, hubiera sido imparable en la conquista del resto de Europa.
Es por eso que la figura de León III es representativa de la gran victoria cristiana de esos días en la batalla de Constantinopla contra el Islam, él fue el emperador que guió a su pueblo al triunfo, que mantuvo la calma y el orden en momentos cruciales, que utilizó todas las armas, desde la paciencia, la alianza, la estrategia y la defensa encarnizada hasta las que la suerte les da a los triunfadores, como el mortal frío del invierno.
Una vez restablecida la paz al menos en la capital y alrededores, ya que la lucha contra los árabes se localizó en Asia Menor pero no por ello fue menos encarnizada, León III se dedicó a organizar su gobierno de la mejor manera posible, con la fuerza y la decisión que lo caracterizaban. Publicó disposiciones especiales para regir el comercio (nomos náuticos), que lentamente se fue rehabilitando y volvió a darle impulso al desfalleciente Imperio, y también para regir la situación social del campesinado (nomos geórgicos), que en algunas regiones había desaparecido a causa de las guerras e invasiones, y en otros lugares habían sufrido un gran cambio de población a causa fundamentalmente de la influencia de los eslavos.
León III también fue un enérgico renovador de la administración del Imperio, aunque en esta tarea continuó la tendencia que había comenzado Justiniano, afirmada por Mauricio y seguida también por Heraclio, de unificar los themas o provincias bajo un único mandatario (strategos) que tenía a su cargo los mandos civil y militar. Además redujo los límites de los themas, creando una eficaz organización con mas provincias de menor tamaño, aumentando su eficacia económica, financiera y militar a favor del Imperio y reduciendo la posibilidad de revueltas por parte de gobernadores de themas poderosos (recordemos que el mismo emperador usurpó el poder con el aval de encontrarse apoyado por el ejército del entonces enorme thema de Anatolicón, en Asia Menor). En lo concerniente a las finanzas fue un inteligente administrador, cargó con mas impuestos a Sicilia y Calabria y se hizo con las rentas del patrimonio papal en Italia, consiguiendo un equilibrio fundamental en el estado de guerra permanente en que se hallaba el Imperio, con los enormes gastos que ello ocasionaba.También organizó al  Imperio en materia legal, ordenando a los juristas mas reconocidos de la época una actualización de los trabajos de Triboniano hechos en el siglo VI, cuyos trabajos, el Digesto, las Institutas y la Novellae estaban redactados en Latín, el cual era una lengua que los habitantes del Imperio ya no utilizaban. Había además innumerables usos y costumbres que legislar, puesto que los Códigos escritos en Latín ya habían caído en desuso porque eran sencillamente incomprensibles, lo que motivó, junto con los lógicos cambios del devenir de los siglos, la necesidad de tener a mano una legislación nueva, adaptada a la nueva sociedad, y redactada en griego. De esta idea surgió la Ekloga, que además de resumir los Códigos de Justiniano, agregaba nuevas leyes, en general dirigidas a afirmar la moral pública, prohibiendo el aborto, restringiendo las causas del divorcio y condenando con peores sanciones la homosexualidad. Nuevamente un lazo con el antiguo Imperio Romano era roto definitivamente, ya el latín había pasado a ser solo un recuerdo en el Imperio. No era de extrañar que surgiera cada tanto una polémica religiosa distinta en oriente, ya que la pasión de sus pobladores dio paso con el tiempo a numerosas herejías que habían sido condenadas en los distintos concilios cristianos, por ejemplo el arrianismo en plena época de Constantino el Grande o un siglo después a los seguidores de Nestorio, patriarca de Constantinopla que predicaba en contra de la Santísima Trinidad.
Cuando parecía que el Imperio había conseguido una cierta homogeneidad religiosa surgió, de la mano de León III, una nueva polémica, que en los primeros años pareció imponerse "casi" naturalmente, para luego ir creciendo en oposición y violencia.
El culto a las imágenes, aceptado finalmente por el Quinisexto Concilio en 692, se había transformado, según algunos teólogos cristianos influenciados por las creencias árabes (que prohibieron las representaciones religiosas en las mezquitas alrededor de 700) y por los teólogos judíos, que habían sido siempre enemigos de las representaciones pictóricas religiosas, en adoración, las imágenes creaban ídolos que eran adorados por la gente, algo que, según estos teólogos, el cristianismo no debería aceptar, puesto que reducía a Jesucristo y María a meras imágenes de adoración.
Asimismo es comprensible la adopción de estas ideas debido a que el mundo árabe estaba obteniendo una expansión tan rápidamente, probablemente única en la historia, que había sorprendido a todo el mundo conocido, y pensar que esto se debía a sus creencias religiosas era muy lógico en esa época, por lo que esto, sumado a un terrible terremoto que fue atribuido (tal vez con intención) a consecuencia de la adoración de las imágenes, debe haber sido probablemente el móvil por el cual en emperador comenzó su campaña iconoclasta.
Por otro lado las imágenes eran tan importantes para el pueblo bizantino que era imposible pensar en un triunfo de la iconoclasia por largo tiempo, era como ir en contra de la corriente, sin embargo, la energía y decisión características del gran emperador nuevamente se iban a imponer en el Imperio.
Tal vez lo que más molestara a León III era el hecho de que a las imágenes se les atribuían poderes divinos, eran objeto de adoración porque se les pedían favores como si fueran ídolos y se las hacía materia de devoción. No cabe duda de que el emperador actuó movido por propias convicciones cuando en 726 decide comenzar con la querella iconoclasta, ordenando retirar la célebre pintura de Cristo de la Puerta de Bronce del Gran palacio: la revuelta que esto ocasionó terminó con varios heridos, un soldado muerto y muchos iconódulos detenidos.
Esto tuvo dos consecuencias inmediatas: la primera fue que el Papa Gregorio II condenó la injerencia del emperador en asuntos de la Iglesia, negando el dinero italiano al Imperio. La segunda fue un serio intento de tomar el poder que partió desde Grecia, desde donde una flota se embarcó hacia Constantinopla con Kosmas como candidato para derrocar al emperador - sacerdote, pero al encontrarse con la Flota Imperial en el Helesponto, los rebeldes fueron derrotados y Kosmas ejecutado.
Pero es recién en el año 730 cuando León III publica el edicto que prohíbe la adoración de las imágenes, provocando un grave conflicto con el patriarca Germán, ardiente iconódulo, defensor de las imágenes, que se niega a aprobarlo. Sin hacerse esperar, León III convoca al Silention, consejo supremo de laicos y eclesiásticos, que sí aprueba el edicto, dándole la razón al emperador.
Germán renuncia al instante, siendo reemplazado por su ayudante Anastasio, provocando la ira de los patriarcas orientales y del Papa Gregorio II, el cual excomulga al nuevo patriarca, abriendo una brecha entre las iglesias oriental y occidental que no se cerrará en mas de un siglo.
A pesar de su triunfo con la imposición de la iconoclastia, que a esta altura era apoyado por gran parte de la población, que tenía los mismos sentimientos que el emperador con respecto al tema, León III jamás convocó un Concilio Ecuménico para imponerla.
El gran apoyo que obtuvo el emperador en su lucha contra las imágenes estuvo basado mayormente en la gran envidia a la que se habían hecho acreedores los monjes de los monasterios más ricos, que además de ejercer una influencia cada vez mayor en la sociedad bizantina, acumulaban grandes riquezas basadas en exenciones de impuestos y grandes donaciones, lo cual provocó una gran reacción religiosa que tuvo en el emperador a su cruzado y principal miembro.
Debido a la prohibición de la adoración de las imágenes por parte del emperador, enorme cantidad de monjes griegos se "exiliaron" en el sur de la península itálica, mayormente en las ciudades de Bari, Amalfi y Salerno, donde pudieron seguir su costumbre iconódula sin que llegara hasta allí la aplicación real de los edictos, en una inteligente decisión de León III, que sabía que el Imperio no tenía la misma fuerza en esas provincias. Gregorio II convocó un Concilio que condenó la iconoclastia, pero la respuesta de León III no se hizo esperar: hizo prisioneros a los legados del Papa en la capital bizantina y luego sustrajo las provincias de Italia, Sicilia y a la prefectura de Iliria de la jurisdicción de Roma, colocándolas en la de Constantinopla. Además todas las rentas del patrimonio de Roma pasaban al tesoro imperial.
Aquí comienza el alejamiento del Papado del Imperio Bizantino y su progresivo acercamiento a los reinos francos, que llegaría a su culminación cuando en el año 800 el Papa coronara a Carlomagno emperador, obteniendo gran cantidad de territorios como recompensa.
Los años de gobierno de León III fueron marcados por sus convicciones políticas, religiosas, administrativas y militares; toda su gestión fue el mérito de un buen militar, mejor estratega, excelente diplomático y, como el mismo gustaba llamarse, emperador sacerdote, convencido absolutamente de sus ideas.
Dio nuevamente vida al Imperio, organizó las vidas de sus habitantes dándoles leyes en su propio idioma, reorganizó la economía y las finanzas, se enfrentó a los enemigos externos y también a los internos con gran energía, don de mando y siempre la victoria lo acompañó. Consolidó las fronteras con los árabes ganando batalla tras batalla, siempre él mismo al frente de su ejército, hasta triunfar en 740 en la decisiva batalla de Akroinón, en Frigia.
Mantuvo a raya al Papado, que crecía a espaldas del Imperio, le quitó varias provincias y la renta sobre su patrimonio, aunque no se atrevió a sacarle Rávena, que ya era prácticamente independiente del Imperio, y una flota que él mismo preparó y que se dirigía a Roma naufragó a causa de una tormenta, en lo que fue uno de sus peores fracasos.
Con él, la política del estado siempre estuvo presente en todos los actos de la vida del Imperio, no hubo quién se sustrajera a ella, con lo que el Imperio volvió a tener la fuerza de antaño.
Por último, hay que decir que fue injustamente olvidado por la historia dos veces, una, como integrante del elenco de grandes emperadores del Imperio Bizantino, enterrado por los historiadores durante siglos, y otra, anterior, por los mismos habitantes del Imperio que una vez que triunfó la iconodulia se dedicó a destruir los documentos y todo lo referente a la iconoclastia, que lo tuvo como principal bastión y fundador.

III.- Auge y caída.- El Imperio Bizantino recuperó aún más su grandeza con Basilio II (976-1025 d.C.), que quitó poder a la aristocracia, desarrolló la economía con medidas proteccionistas y buscó nuevos mercados en rutas fuera del alcance de los árabes (comercio con los varegos y con los rusos).
A partir del siglo XI comenzó la decadencia del Imperio. Los turcos derrotaron a los bizantinos y se establecieron en Asia Menor.
La dinastía bizantina de los Comnenos (1081-1185 d.C.) aprovechó la presencia de los cristianos de occidente, con motivo de las cruzadas, para recuperar las posesiones perdidas, pero la incapacidad de Bizancio para recuperar los Santo Lugares, unida al Cisma de Oriente (ruptura de la unidad de la Iglesia, que traería como consecuencia la formación oficial de la Iglesia Apostólica Romana de occidente y la Iglesia Ortodoxa Griega de oriente, debido, entre otras causas, a la “Querella Iconoclasta”) de Miguel Cerulario (1054 d.C.).
La cuarta cruzada, cuyo objetivo era liberar Jerusalén de los turcos, tomó Constantinopla en 1204 d.C. La República de Venecia, promotora de los enfrentamientos con Bizancio, aprovechó la decadencia bizantina para controlar el comercio de la región. El imperio se desintegraba internamente por las luchas entre diferentes bandos para hacerse con el poder, y también por los conflictos sociales entre señores y campesinos.
Los turcos aprovecharon la ocasión para terminar con el poder de Bizancio y en el año 1453 tomaron Constantinopla.


 

LAS MIGRACIONES GERMÁNICAS (INVASIONES BÁRBARAS)

LAS INVASIONES BÁRBARAS


I.- Generalidades.- El periodo comprendido entre los siglos V y VIII d.C. se caracterizó, en el ámbito político y religioso, por la disolución del Imperio Romano y la creación de los reinos germánicos, la expansión de los pueblos eslavos por la Europa central y oriental y la tentativa del emperador bizantino Justiniano de reconstruir la unidad romana e impulsar el cristianismo. La desaparición del Imperio Romano de Occidente y el asentamiento de los pueblos germánicos en los territorios de Roma fue resultado de un proceso que dio comienzo en el siglo III y culminó en el siglo V d.C., con la penetración en la península Ibérica de suevos, alanos, vándalos y visigodos. Éstos últimos se introdujeron también en la Galia, así como los vándalos en África. En Inglaterra se establecieron los anglos, los jutos y los sajones; en Francia los burgundios y los francos, y en Italia los ostrogodos. Una vez asentados en los dominios imperiales, cada uno de estos pueblos intentó crear su propia organización y delimitar su zona de influencia, en pugna constante con sus vecinos, por medio de las numerosas y sangrientas guerras que se libraron en este prolongado período. Mientras los pueblos germanos se debatían en su intento de dar una nueva configuración a Europa, el Imperio Bizantino llevó a cabo una política tendente a reunir bajo sus dominios las tierras que habían estado sometidas a Roma. El éxito pareció acompañar sus primeras tentativas, pero la hegemonía bizantina fue precaria y de escasa duración tanto en África como en España, y en Italia se vio atenuada por la aparición de un nuevo pueblo, el lombardo, que hizo frente con éxito a los generales bizantinos.


 
II.- Los pueblos germánicos.- Los germanos habitaban las regiones del norte y del centro de Europa. Originariamente eran pueblos de pastores nómadas, pero el crecimiento del imperio romano, con sus fronteras, les obligó a convertirse en sedentarios. Asentados en tierra pobres, los pueblos germánicos se dedicaron a la agricultura, fundamentalmente de cereales, y al pastoreo.
En tiempos del Imperio mantuvieron un activo comercio con Roma, a la que vendían ámbar, especias (clavo) y pieles a cambio de objetos manufacturados, sobre todo metalúrgicos.
La familia y las relaciones de parentesco fueron la base de su organización social. La sippe (tribu) era la unión de todas las familias pertenecientes al mismo linaje; la centena era la unidad de la organización militar. El órgano supremo de gobierno era la asamblea de los guerreros, que sancionaban las propuestas del rey. La monarquía era electiva, lo que fue causa de frecuentes luchas y de inestabilidad política.
La religión germana era politeísta y sus dioses estaban relacionados con los fenómenos de la naturaleza. El más importante fue Wotan (Odín), el dios de las tempestades y también de la guerra. Para los germanos la muerte era sólo un tránsito hacia una vida mejor en el Walhalla, el paraíso de Odín, donde las Walquirias conducían a los guerreros muertos en la lucha.
El cristianismo se difundió muy pronto entre los germanos, predicado por misioneros romanos; en un primer momento adoptaron la herejía del arrianismo, para convertirse más tarde al catolicismo.

III.- Causas de las Invasiones Bárbaras.- Entre las múltiples causas que promovieron las invasiones bárbaras podemos mencionar los cambios climáticos que, al endurecer el hábitat obligaron a emigrar a todos estos pueblos extranjeros; el hambre de tierras más fértiles, más productivas y más fáciles de trabajar; el crecimiento demográfico, que impulsó al excedente de población a buscar nuevas zonas de asentamiento; el espíritu aventurero (costumbre germana en la cual cada generación tenía que buscarse su propio medio de vida, su territorio y su futuro); el afán de botín, ya que, a través de las relaciones fronterizas y en el transcurso de las invasiones del siglo III d.C., los germanos habían conocido las riquezas del Imperio Romano, despertándose entre ellos el deseo de apropiárselas; la presión de los pueblos nómadas de las estepas asiáticas (Hunos), que empujaron a los bárbaros europeos y les obligaron a penetrar en el Imperio Romano.

IV.- El inicio de las invasiones violentas.- Los germanos habían empezado a instalarse dentro de las fronteras del Imperio Romano ya en el siglo I a.C. A partir del siglo III d.C., coincidiendo con la crisis del Imperio, estas incursiones y asentamientos se hicieron cada vez más frecuentes. En ocasiones Roma los rechazaba por la fuerza (campañas de Mario y César contra los teutones y los suevos); otras veces les permitía instalarse en las regiones fronterizas como “foederati” (federados), es decir, pueblos que han firmado un pacto de convivencia con Roma. Numerosos germanos entraron a formar parte del ejército romano e incluso ocuparon altos cargos en él. De este modo, se logró una germanización progresiva de los romanos y una romanización de los germanos, que hizo más fácil su posterior fusión en los reinos germánicos. En el año 378 d.C. un ejército formado por godos, hunos y alanos, derrotó al emperador Valente en Adrianópolis. En el año 410 d.C., los visigodos al mando de Alarico, saquearon Roma, se asentaron al sur de la Galia como “foederati” y seguidamente pasaron a Hispania. En el año 476 d.C. se produjo el acontecimiento decisivo: el rey de los Hérulos Odoacro, destronó al último emperador de occidente, Rómulo Augústulo. Así, despareció el Imperio Romano de Occidente. Pero antes de que esto sucediera los pueblos bárbaros ya estaban instalados en las provincias del Imperio: los visigodos en el sur de la Galia y en Hispania; los francos en la Galia central; los ostrogodos en Italia; los anglos y los sajones en Britania; los burgundios en el valle del Ródano; los suevos en Galicia; los vándalos en el norte de África.
Cuando cayó el Imperio Romano de Occidente los pueblos invasores dieron lugar a los reinos germánicos.

V.- Los Reinos Germánicos.- La mayoría de los reinos germánicos tuvieron una vida muy breve. Sólo el reino de los francos, en la Galia, y el reino de los visigodos, en Hispania, alcanzaron estabilidad.

V.1.- El reino ostrogodo de Italia (493 – 553 d.C.).- Teodorico invadió Roma el año 493 d.C. y creó el reino ostrogodo, que se mantuvo hasta el año 553 d.C. en que fue absorbido por el Imperio Bizantino.
Teodorico (493-525 d.C.) conservó las instituciones romanas, se rodeó de consejeros romanos, aunque desprovistos de poder político, restauró muchos de los monumentos romanos y edificó otros nuevos inspirados en los modelos clásicos. Entre sus consejeros destacó Boecio, el gran difusor del pensamiento clásico romano. Al mismo tiempo mantuvo buenas relaciones con el resto de los pueblos germánicos, aunque no pudo evitar un intento de invasión de Italia por parte de Clodoveo, rey de los francos.
Los ostrogodos profesaban el arrianismo, lo que fue motivo de conflictos internos con la población romana, en su mayoría católica, y creó dificultades en las relaciones con Bizancio. El emperador bizantino Justiniano aprovechó los conflictos internos para atacar a Italia. Así comenzó la última etapa del reino ostrogodo, conquistado por el general Narsés en el año 553 d.C.

V.2.- El reino franco de la Galia.- Los francos se habían instalado en la provincia romana de la Galia en el siglo III d.C. Durante el reinado de Genobando, los francos se convirtieron en “foederati”, reconociendo la soberanía de Roma y contribuyendo con soldados y colonos al Imperio.
En la época de las grandes invasiones los francos estaban ya fuertemente instalados en la Galia central y comenzaron su expansión hacia el sur.
Clodoveo I (481-511 d.C.) fue el primer rey de un reino franco independiente, y el creador de la dinastía merovingia. Se convirtió al cristianismo en el año 496 d.C. y la Iglesia fue la gran aliada de la monarquía franca, de la que recibió numerosas donaciones. Aliado con los burgundios, Clodoveo derrotó al visigodo Alarico II en la batalla de Vouillé (507 d.C.), lo que le permitió extenderse por las tierras del sur. Al morir Clodoveo, los francos dominaban toda la Galia, excepto la región ocupada por los burgundios, al oeste, y la Narbonense y la Provenza, al sur, que siguieron en poder de los visigodos.
Clotario I (558-561 d.C.) logró unificar el reino de los francos e instaló la capital en París (558 d.C.). Así consiguió el imperio territorial más importante de occidente. Durante los siglos VII y VIII, el reino franco fue perdiendo poder; la autoridad política estuvo en manos de los mayordomos de palacio, durante la etapa conocida como reinado de los “Reyes Holgazanes”.
Uno de estos mayordomos, Carlos Martel, venció a los árabes en la batalla de Poitiers (732 d.C.), impidiendo así la penetración de los musulmanes en la Galia. El último de los reyes holgazanes, Childerico III (743-751 d.C.) fue depuesto por Pipino “El Breve” (751-768 d.C.), con el que terminó la dinastía merovingia y comenzó la carolingia. Los  francos no prohibieron nunca los matrimonios entre conquistadores y conquistados, lo que hizo que pronto fueran asimilados por la población galorromana, mucha más numerosa. En el reino de los francos se mantuvieron las mismas estructuras sociales que en la época del Bajo Imperio; se mantuvo la esclavitud, con carácter hereditario, y se manifestó la institución del “comitatus”, muy similar a la “clientela” romana; los nobles formaban parte del séquito real, vivían en palacio, debían fidelidad al rey y a cambio eran compensados con tierras, sobre las que tenían plenos poderes.

V.3.- El reino anglosajón de Britania.- Entre los siglos VI y IX los anglosajones mantuvieron siete reinos en Inglaterra: Kent, Sussex, Wessex, East-Anglia, Essex, Northumbria y Mercia. Las luchas entre los reinos fueron frecuentes y sus fronteras se modificaron continuamente. En el siglo IX, el reino de Wessex adquirió la supremacía. Su rey, Egberto (802-839 d.C.), unificó el país y luchó contra los escandinavos que pretendían invadirlo.

V.4.- El reino visigodo de la península ibérica.- En el año 418 d.C. los visigodos, establecidos en el sur de la Galia, formaron el reino federado de Tolosa. Su rey, Teodorico II entró en la península ibérica en el año 456 d.C., llamado por los romanos, para luchar contra los suevos. Años más tarde, los visigodos de Tolosa fueron derrotados por los francos en la batalla de Vouillé (507 d.C.). Tras la derrota, que supuso el fin del reino de Tolosa, los visigodos se asentaron en Hispania y crearon un nuevo reino, con capital en Toledo. Los visigodos nunca llegaron a dominar por completo la península, limitándose a ocupar las regiones orientales de la meseta. Su número era muy reducido (unos 200 mil) frente a los casi ocho millones de hispanorromanos. Los visigodos tuvieron que enfrentarse no sólo a los suevos en Galicia, sino también a los bizantinos, que habían ocupado tierras en el sudeste peninsular. El verdadero creador del reino de Toledo fue Leovigildo (572-586 d.C.), que llevó a cabo una política de unificación territorial y política. Venció a los suevos (585 d.C.) y se anexionó su territorio; reconquistó a los bizantinos las ciudades de Córdoba, Sidonia y Málaga y sometió a los vascones. Derogó la ley que prohibía los matrimonios entre visigodos e hispanorromanos e intentó la unificación religiosa, imponiendo el arrianismo como religión dominante. Ésta última medida no tuvo éxito: su hijo Hermenegildo, convertido al catolicismo, se rebeló, dando lugar a una lucha civil. Su segundo hijo y sucesor, Recaredo (586-601 d.C.) logró la unidad religiosa, declarando el catolicismo religión oficial del reino en el III Concilio de Toledo (589 d.C.), Leovigildo intentó, sin lograrlo, la unificación jurídica del reino, en el que regían dos códigos: el Código de Eurico para los visigodos y el Código de Alarico II para los hispanorromanos. Recesvinto (653-672 d.C.) logró la unidad jurídica con un nuevo código, el Liber Iudiciorum o Fuero Juzgo, que se mantuvo vigente en Castilla y León hasta el siglo XIV. Wamba (672-680 d.C.), sucesor de Recesvinto, tuvo que enfrentarse con dureza a sublevaciones en la Tarraconense y a una revuelta de los vascones. Antes de que pudiera terminar su mandato fue depuesto y a partir de ese momento las intrigas y luchas civiles por ocupar el trono condujeron al final del reino visigodo.
El hijo de Witiza, Akila, no aceptó que Rodrigo sucediera a su padre en el trono y pidió ayuda a Muza, gobernador árabe del norte de África. Los ejércitos musulmanes, mandados por Tárik, vencieron a las tropas de Don Rodrigo en la batalla de Guadalete (711 d.C.), junto al río Barbate, en Cádiz. La victoria árabe supuso el fin del reino visigodo de Toledo.

VI.- Consecuencias de las invasiones germánicas.- Si las invasiones bárbaras hubieran tenido lugar en el siglo I d.C. las consecuencias habrían sido muy distintas de las que se produjeron en los siglos  V y VI. Un choque entre los germanos descritos por Tácito y los romanos de los tiempos de Augusto hubiera tenido como resultado probable el exterminio de una de las dos civilizaciones y la muerte o la esclavitud para sus habitantes. Sin embargo, en el siglo V ni los romanos mantenían las mismas estructuras del siglo I ni los germanos eran los bárbaros salvajes y desconocidos a los que se habían enfrentado a Varo o Germánico, sino que, a estas alturas, habían recibido en mayor o menor grado el influjo de la romanidad. Por consiguiente, cuando ambas civilizaciones entraron en estrecho contacto abundaron mucho más los fenómenos de transformación y de evolución que los de destrucción. Se dio una síntesis en la que estaban recogidos caracteres propios de ambas culturas, que iba a ser la base de una civilización nueva, con su sello personal, la civilización medieval occidental. Por supuesto, no en todos sitios el grado de fusión fue idéntico, sino que en aquellos lugares donde germanos y romanos convivieron más tiempo esta síntesis fue más profunda  (Galia o Hispania), mientras que en otras zonas, como Italia o el norte de África, el escaso tiempo de convivencia o la llegada de nuevos invasores (lombardos, bizantinos, musulmanes) impidió la maduración de esta nueva civilización o la retrasó considerablemente.
En esta síntesis, Roma aportó elementos tales como la idea imperial, el aparato administrativo en sus diversos niveles, la organización económica y social propia del Bajo Imperio, la cultura clásica y el latín (aunque bastante degradados), mientras que los pueblos bárbaros suministraron ideas y realidades como la realeza, el concepto patrimonial del Estado, la personalidad de las leyes, la preponderancia militar de la caballería, el desarrollo de los vínculos de dependencia personal y algunas aportaciones en el campo de la lingüística (antroponimia y toponimia) y de la literatura (gusto por la epopeya).
La fusión entre las dos culturas no se realizó inmediatamente, sino que, en los primeros tiempos, romanos y germanos vivieron de espaldas, ignorándose mutuamente y sin mezclarse, pues los elementos que marcaban las diferencias eran muchos (aislamiento de los germanos, conscientes de su inferioridad numérica y del peligro que corrían de desaparecer como pueblos y como civilización diluidos entre los romanos, mucho más numerosos y cultos que ellos; diferentes religiones; dualidad de leyes, que se traducía en la superioridad jurídica del elemento germano sobre el romano; diferentes modos de vida). El transcurso del tiempo se encargó de operar los cambios necesarios para que estos elementos hostiles fueran limándose y desaparecieran: la conversión de los bárbaros al catolicismo, la adopción del latín como lengua ordinaria (aunque mezclada con germanismos), la aparición de los primeros códigos de aplicación común para romanos y germanos, la paulatina aproximación de las formas de vida, la convivencia común en la corte entre aristocracia romana y nobleza bárbara, el reclutamiento militar de la población sin distinción de razas, fueron otras tantas razones que contribuyeron a la fusión.